La usina de nombres volvió a funcionar, echando humo negro por el escape y escupiendo aceite como los viejos motores que un día por fin los ponen a andar. Antes un síntoma de desesperación que un principio de solución, la dirigencia de Boca, paralizada ante un panorama estrepitoso, pulsó el botón antipánico mientras los ecos de “la Comisión, la Comisión” todavía retumban en los escalones vacíos de la Bombonera, después de otro Cabildo Abierto que dejó al club prendido fuego. Ante semejante escenario, la reacción oficial fue reciclar nombres de candidatos a ocupar el cargo vacante tras la salida de Fernando Gago, porque si algo quedó claro estas semanas es que Mariano Herrón no fue ni siquiera un DT interino...
La desidia en el manejo general del fútbol y en particular en lo que fue la eleccción y la relación de la dirigencia con los entrenadores de turno a lo largo de todo el ciclo Riquelme, quedó expuesta en el reflejo de un equipo que fue degradando sus prestaciones: cada vez jugó peor, cada vez ganó menos, al tiempo que fue escalando los fracasos en la escala de Richter.
Entonces, para satisfacer la sed de noticias, desde el Kremlin de Ezeiza lanzan nombres, que a los ojos del desastre de hoy suenan apropiados, pero que apenas semanas atrás habían ido a parar al tacho de los desechos, o bien porque los interesados habían rechazado la propuesta (caso Gerardo Martino, al que se agregó Gabriel Milito) o porque los elegidos en su momento no sedujeron al Consejo (Gustavo Quinteros, Kily González, etc).
El problema, aquí, es que Riquelme y su Círculo Rojo reaccionaron como si esto se tratara de una crisis deportiva. De hecho, lo era hasta no hace mucho, pero desde Lanús para acá, desde esa noche en la que la gente explotó contra los jugadores y contra la gestión del presidente, esto se transformó en una crisis política autoinmune, que se agravó después de otro episodio quesevayantodos, con insultos renovados hacia Román, que aunque sin nombrarlo lo incluyeron como foco principal del desalabro.
Lo que está en debate aquí no es otra cosa que el modus Riquelme, que acaba de implosionar a cielo abierto. Seguramente no lo hará, porque Riquelme no es de ésos que adhieren al pragmatismo, tan necesario en tiempos tumuiltuosos, pero que debería adoptar para airear su gestión, como hacen los presidentes cuando vuelan al ministro de Economía porque se le escapó el dólar.
Lo que haría otro en su lugar: nombrar a un entrenador de jerarquía y darle las llaves del vestuario, todo lo que no hizo hasta aquí. Correrse del medio, correr a su hermano y desarmar el Consejo de Fútbol. Y, sobre todo, dejar de contaminar de soberbia cada decisión ajena, y asumirse como un mortal más, que acierta y se equivoca como cualquier hijo de vecino.
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