El Xeneize eliminó 4-2 en los penales a Lanús, pero la Bombonera estalló: hubo críticas a los jugadores, la Comisión y el triunfo se celebró de manera extraña.
Boca vive así. Así es sin pensar, sin paciencia, sin mañana. Y así es difícil vivir, porque como los resultados y las decisiones van marcando ánimos, la Bombonera pareció padecer todo lo que pasó en torno al club en las últimas semanas. Lo peor del caso es que el equipo también, dejando un saldo en cuanto al clima donde el contagio mutuo parecía de final de ciclo más que de una instancia que pudiera encaminar una campaña de campeón. Por la falta de un técnico firme, por una paciencia que pareció agotarse en varios tramos de la noche y porque lo visto en los 90 minutos del 0-0 ante Lanús no salvó a nadie del aplazo.
Esta vez, como tantas otras aunque no tan límites, lo salvaron los penales. Certeros, los cuatro ejecutantes que se hicieron cargo no fallaron, y esta vez Agustín Marchesin se quedó a atajarlos y le fue bastante bien, a juzgar por haber sacado el inicial de Alexis Canelo y haber terminado con solamente dos de cuatro adentro.
Pero esa sensación de angustia con la que se fueron sucediendo las pobres escenas futbolísticas del partido (entre la falta de ideas de ambos y la poca confianza que el plantel xeneize tiene para creerse más que los demás), dieron a entender quela herida que se produjo con el colapso copero y se recrudeció con la salida de Fernando Gago lejos está de sanarse.
En las tribunas, la poca expectativa en la previa, los silbidos bien marcados a jugadores simbólicos (el capitán Marcos Rojo, un Toto Belmonte que definitivamente entró mal en la gente y el infructuoso refuerzo estrella Alan Velasco) y un transcurrir de los 90 minutos donde jamás hubo entusiasmo y en los que la voz se alzó solamente para el caracterísico "Movete...", dieron cuenta de una noche distinta. Que de alguna manera pareció una continuidad ideal de aquella en la que Alianza Lima se llevó la gran ilusión del 2025.
El capitán de Boca, Marcos Rojo, fue silbado en la previa. (Foto: Juano Tesone)
Lo que tal vez sea más difícil de imaginar en ese contexto es cómo habrán sido los 10 minutos puertas adentro del vestuario, en los que la versión pálida de los primeros 45 -la cual terminó con Boca silbado tras casi no generar peligro- pareció empeorar al volver a la cancha, sin siquiera atisbos de cambios de nombres, ni de esquema y mucho menos de actitud.
Claro, esa segunda parte se iría convirtiendo en un suplicio y eso lo sabían todos. Los de adentro y los de afuera. El aire se espesaba a medida que corría el reloj y las únicas voces se alzaban en masa para pedir una reacción. En cancha, la pelota se hizo de plomo y con casi nada la visita no sólo que llegó cómodo a los penales sino que hasta pudo ganarlo en las muchas contras en las que puso contra las cuerdas a una defensa descontrolada.
En el final, el repertorio se hizo definitivamente pesado. Los insultos que la comisión directiva de Juan Román Riquelme se llevó por primera vez luego del pitazo final, tal vez hayan dado inicio a una etapa en la que el presidente recoja el guante de intocable para que sus decisiones contemplen que a toda esa histeria que padece hoy el club (por actualidad y por la forma tan particular en que se vive el día a día de Boca), solamente él la puede calmar con algo más que palabras.
Por lo pronto, la clasificación lo deja con vida para intentar revertir el presente en una semana. Y como la conducción seguirá por lo pronto a cargo de Herrón, se impone mucho trabajo puertas adentro para poder soñar con algo más.
Riquelme vio el partido ante Lanús desde su palco. (Fotobaires)
Boca se fue muy cuestionado por los hinchas. (Foto: Juano Tesone)
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